Agua de vida/FARE (www.fare.es)
Con el paso del tiempo, el concepto de alcoholismo ha ido cambiando. Los que trabajamos en adicciones, vemos cada vez personas más jóvenes con problemas de dependencia al alcohol y a otras sustancias, adicciones que se consolidan más rápidamente, consecuencias más complejas, nuevos síntomas… El espectacular crecimiento de las drogas llamadas ilegales que se entremezclan con el alcohol nos ha llevado a revisar viejos conceptos y plantearnos nuevos objetivos.
Las drogodependencias son complejos trastornos de carácter biológico, psicológico y social. Las abordamos en principio sirviéndonos de conceptos que nos permiten ubicarnos y definir el problema. Hablamos de trastornos por dependencia, policonsumos, sustancia principal y secundaria, patrón de consumo diario o esporádico, tolerancia, pérdida de control, deseo, capacidad de abstinencia… Hablamos también de consecuencias: un variado abanico de repercusiones vividas (sufridas), compartidas con otros y por último del proceso vital individual en el que la sustancia encuentra su sentido.
El profesional acompaña al paciente a través del lento y complicado proceso de cambio centrado en aprender a vivir sin consumir. El tratamiento, por tanto, es complicado, largo y costoso. Debe ser dinámico, adaptado al paciente y ausente de dogmatismo. Requiere paciencia, dedicación, constancia y esfuerzo por parte de todos. Las intervenciones coordinadas deben ir en todas direcciones: individual, familiar, educativa, sanitaria y social.
La recuperación no deber ser entendida como algo mecánico con la presencia o no de la abstinencia. En ocasiones, puede confundirse fines y métodos. La abstinencia no es un fin en sí mismo sino el medio para obtener un cambio en la persona. Podemos hablar de la superación de la dependencia cuando el paciente haya logrado la modificación de aquellos aspectos de su vida que estaban obstaculizando su crecimiento personal. La ausencia de esos cambios es lo que produce las recaídas.
El reconocimiento del problema, el comienzo de la abstinencia y la disposición de ponerse en marcha constituyen el punto de partida hacia la conciencia de las propias carencias y de los recursos personales que van a hacer posible el proceso de cambio. Empezando por aceptar las cosas que no puedo cambiar, centrando mis energías en las que sí puedo y desarrollando la habilidad para conocer la diferencia.
A todo esto, se añade el beneficio de poder compartir esta experiencia de recuperación con personas que han padecido el problema y que quieren y están en disposición de ayudar. Contar con ellos para que después otros puedan contar con nosotros, como en una carrera de relevos.
Concha Lobregad Espuch, psicóloga